SIN CADENAS
"Si el Hijo os libertare seréis verdaderamente libres"
martes, 11 de febrero de 2014
viernes, 11 de marzo de 2011
La idolatría de un pueblo industrializado
Esta mañana fuimos sacudidos por una terrible noticia: Tsunami y terremoto de 8.9 grados en la escala de Ritcher castigó a Japón, luego la alerta se extendió a las costas de América latina, gracias a Dios sin mayores consecuencias, hasta el momento.
No sé mucho acerca de la religiosidad del pueblo japonés así que investigué sobre el asunto y me quedé muy sorprendida que en pleno siglo XXI el pueblo japonés esté muy unido a sus tradiciones ancestrales, entre las que se encuentra la gran cantidad de dioses (miles) que adoran en sus respectivos templos, uno de los cuales tiene mil estatuas de madera. Los nombres de sus dioses son difíciles y se dice que un japonés busca sus propias cualidades en uno de estos dioses, una vez que identifica uno que se asemeje a él, lo adora y este ídolo se convierte en su guía. Me llama la atención que este sea un país tan cerrado a la evangelización, muchos mártires cristianos han sido asesinados por su fe, al mismo tiempo Japón encabeza la lista de países con mayor tasa de suicidios en el mundo, cada 15 minutos se suicida un ciudadano japonés, la vida no tiene sentido para él en un mundo tan competitivo, con tantos dioses impersonales su desesperanza crece y lo lleva a poner fin a su vida, quienes se suicidan son jóvenes cuyas edades están comprendidas entre los 30 y 45 años.
Aún cuando suframos la desgracia social y geofísica de este portentoso país, la Palabra de Dios se alza sin dejar dudas: "Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ante ninguna imagen, ni las honrarás; porque yo soy Yahveh tu Dios, fuerte, celoso, que castigo la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Éxodo 20: 1-6).
Egipto y Canaán eran naciones idólatras. Los padres ofrecían sus hijos a sus dioses quemándolos en fuego. Eran personas que no tenían temor a Dios, como muchas de las naciones que actualmente habitan la tierra.
Nuestro espíritu se sobrecoge con esta realidad, oremos fervientemente para que sean levantados profetas como Jonás en esta era de la postmodernidad, que la oración del pueblo de Dios conmueva al Espíritu Santo para que el pueblo japonés sea movido al arrepentimiento y acepte la buena nueva de salvación, no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento espiritual de tanta gente, cada quince minutos oremos por la salvación de un ciudadano japonés.
No sé mucho acerca de la religiosidad del pueblo japonés así que investigué sobre el asunto y me quedé muy sorprendida que en pleno siglo XXI el pueblo japonés esté muy unido a sus tradiciones ancestrales, entre las que se encuentra la gran cantidad de dioses (miles) que adoran en sus respectivos templos, uno de los cuales tiene mil estatuas de madera. Los nombres de sus dioses son difíciles y se dice que un japonés busca sus propias cualidades en uno de estos dioses, una vez que identifica uno que se asemeje a él, lo adora y este ídolo se convierte en su guía. Me llama la atención que este sea un país tan cerrado a la evangelización, muchos mártires cristianos han sido asesinados por su fe, al mismo tiempo Japón encabeza la lista de países con mayor tasa de suicidios en el mundo, cada 15 minutos se suicida un ciudadano japonés, la vida no tiene sentido para él en un mundo tan competitivo, con tantos dioses impersonales su desesperanza crece y lo lleva a poner fin a su vida, quienes se suicidan son jóvenes cuyas edades están comprendidas entre los 30 y 45 años.
Aún cuando suframos la desgracia social y geofísica de este portentoso país, la Palabra de Dios se alza sin dejar dudas: "Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ante ninguna imagen, ni las honrarás; porque yo soy Yahveh tu Dios, fuerte, celoso, que castigo la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Éxodo 20: 1-6).
Egipto y Canaán eran naciones idólatras. Los padres ofrecían sus hijos a sus dioses quemándolos en fuego. Eran personas que no tenían temor a Dios, como muchas de las naciones que actualmente habitan la tierra.
Nuestro espíritu se sobrecoge con esta realidad, oremos fervientemente para que sean levantados profetas como Jonás en esta era de la postmodernidad, que la oración del pueblo de Dios conmueva al Espíritu Santo para que el pueblo japonés sea movido al arrepentimiento y acepte la buena nueva de salvación, no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento espiritual de tanta gente, cada quince minutos oremos por la salvación de un ciudadano japonés.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Vientos de estío suaves
Qué suave es la presencia del Señor, alienta el espíritu, nos guía a la verdad, no entendemos el por qué de su bondad, pero está ahí: No quiere que nadie se pierda. Mirando la creación vemos Su gloria. Dios te edifique con esta música.
martes, 18 de enero de 2011
jueves, 16 de diciembre de 2010
DOS MUJERES BIENAVENTURADAS
Próximos a recordar un año más del nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, es interesante relacionar a dos mujeres, una de ellas citada en el Antiguo Testamento: Jael (Jueces 5) y la otra en el Nuevo Testamento: María, la madre del Salvador (Lucas 1, 2).
Ambas hirieron al enemigo del pueblo de Dios y por ende de Dios, en la cabeza, cumpliendo así la profecía de Génesis: “ella te herirá en la cabeza” (Gn 3), siendo María la madre de Jesús, permitió el nacimiento del Salvador y así “hirió” de muerte a Satanás, al igual que Jael le quitó la vida a Sísara, el jefe del ejército de Jabín, rey de Canaán, un tirano que sojuzgaba a Israel; ambas por aquello son las únicas mujeres que han sido llamadas bienaventuradas. Sin embargo, en el caso de María dicha bienaventuranza alcanza también al fruto de su vientre o sea Jesús, quien es bendito por los siglos de los siglos.
La actitud valiente de ambas mujeres permitió acceder a la libertad, en el caso de Israel, a liberarse del yugo opresor impuesto por Sísara y su ejército; en el caso de María del yugo del pecado impuesto por nuestra naturaleza humana y por el padre de toda mentira y homicida desde el principio: Satanás, el adversario de Dios. Mucha gente celebrará la Navidad, sin siquiera saber qué se recuerda, escuchamos con desazón que se celebra "la unión" pero quienes tenemos la dicha de saber qué es el Evangelio, sabemos que celebramos y agradecemos al Padre Dios por habernos obsequiado a su propio Hijo y por habernos hecho partícipes de su buena voluntad. Navidad es Jesús, querido amigo, no lo olvides, no importa si estás solo o acompañado, si Cristo está contigo a través del Espíritu Santo podrás celebrar una verdadera Navidad. Que así sea!
jueves, 8 de abril de 2010
¿Por qué nos dejan de lado?
“EL HOMBRE QUE TIENE AMIGOS HA DE MOSTRARSE AMIGO” (Proverbios 18:24- RV 1960)
Las personas nos dejan de lado por tres motivos:
Primero, si no somos dignos de confianza. Trabajar con alguien en quien no confías es una experiencia desagradable. Perdemos la confianza de los demás cuando nuestros actos no son consecuentes con nuestras palabras, cuando anteponemos el beneficio personal al bien común, cuando retenemos información, mentimos o decimos verdades a medias y cuando somos intolerantes. La confianza es como un espejo: cuando se rompe, se puede volver a recomponer, pero normalmente se siguen viendo las grietas.
Segundo, si somos incompetentes. No se inspira confianza por medio de nuestro carisma, sino siendo competentes. Cuando una persona en autoridad es incompetente, hace que se pierdan de vista los valores y la visión de la organización y todo gira alrededor de su comportamiento. Si los empleados que trabajan para un jefe incompetente son muy buenos en su trabajo, entonces temerán continuamente que su jefe cometa errores; y si los subordinados no tienen mucha experiencia, no sabrán muy bien qué hacer. En cualquiera de los casos, disminuye la productividad y decae la moral. Martín Luther King decía en uno de sus sermones: “si eres un médico, sé el mejor médico; si eres un zapatero, sé el mejor zapatero; si eres un basurero; sé el mejor basurero”. Yo añadiré: Y en todo lo que hagas pon tu máxima concentración. Haz las cosas, no como para tí, ni para los demás; haz todo como para el Señor (Col.3:23), entonces no te preocuparás porque te agradezcan y si no lo hacen no tendrás amargura.
Tercero, si somos inseguros. Los buenos líderes hacen dos cosas: forman a otros líderes y saben cuándo es tiempo que otros tomen el relevo. Los líderes inseguros nunca hacen eso. No quieren formar a otros para que desarrollen su potencial y lleguen a tener más éxito que ellos mismos. De hecho, no quieren que tengan éxito por sí solos, sino con su ayuda. En el momento en que alguien que trabaja para ellos se destaca, lo ven como una amenaza. A las personas les gusta trabajar con líderes que lo empujen, no que lo aplasten. Cuando los empleados se dan cuenta que el jefe está interesado, por encima de todo, en mantener su autoridad y proteger su puesto, entonces acabarán yéndose a trabajar para otro. Un ejemplo de verdadero liderazgo lo encuentro en Jesús, siendo quien era, formó a sus discípulos, quienes continuarían su obra después de él; no tuvo reparos en decirles que ellos harían mayores señales que él mismo, los discípulos recibían de Jesús, no solamente sus enseñanzas audibles, además, recibían sus enseñanzas vividas. Tú también puedes recibirlas y convertirte en uno de sus discípulos, te aseguro que será la mejor decisión que hayas tomado. Dios te bendiga a tu entrada y salida de este ciberespacio.
Las personas nos dejan de lado por tres motivos:
Primero, si no somos dignos de confianza. Trabajar con alguien en quien no confías es una experiencia desagradable. Perdemos la confianza de los demás cuando nuestros actos no son consecuentes con nuestras palabras, cuando anteponemos el beneficio personal al bien común, cuando retenemos información, mentimos o decimos verdades a medias y cuando somos intolerantes. La confianza es como un espejo: cuando se rompe, se puede volver a recomponer, pero normalmente se siguen viendo las grietas.
Segundo, si somos incompetentes. No se inspira confianza por medio de nuestro carisma, sino siendo competentes. Cuando una persona en autoridad es incompetente, hace que se pierdan de vista los valores y la visión de la organización y todo gira alrededor de su comportamiento. Si los empleados que trabajan para un jefe incompetente son muy buenos en su trabajo, entonces temerán continuamente que su jefe cometa errores; y si los subordinados no tienen mucha experiencia, no sabrán muy bien qué hacer. En cualquiera de los casos, disminuye la productividad y decae la moral. Martín Luther King decía en uno de sus sermones: “si eres un médico, sé el mejor médico; si eres un zapatero, sé el mejor zapatero; si eres un basurero; sé el mejor basurero”. Yo añadiré: Y en todo lo que hagas pon tu máxima concentración. Haz las cosas, no como para tí, ni para los demás; haz todo como para el Señor (Col.3:23), entonces no te preocuparás porque te agradezcan y si no lo hacen no tendrás amargura.
Tercero, si somos inseguros. Los buenos líderes hacen dos cosas: forman a otros líderes y saben cuándo es tiempo que otros tomen el relevo. Los líderes inseguros nunca hacen eso. No quieren formar a otros para que desarrollen su potencial y lleguen a tener más éxito que ellos mismos. De hecho, no quieren que tengan éxito por sí solos, sino con su ayuda. En el momento en que alguien que trabaja para ellos se destaca, lo ven como una amenaza. A las personas les gusta trabajar con líderes que lo empujen, no que lo aplasten. Cuando los empleados se dan cuenta que el jefe está interesado, por encima de todo, en mantener su autoridad y proteger su puesto, entonces acabarán yéndose a trabajar para otro. Un ejemplo de verdadero liderazgo lo encuentro en Jesús, siendo quien era, formó a sus discípulos, quienes continuarían su obra después de él; no tuvo reparos en decirles que ellos harían mayores señales que él mismo, los discípulos recibían de Jesús, no solamente sus enseñanzas audibles, además, recibían sus enseñanzas vividas. Tú también puedes recibirlas y convertirte en uno de sus discípulos, te aseguro que será la mejor decisión que hayas tomado. Dios te bendiga a tu entrada y salida de este ciberespacio.
sábado, 20 de febrero de 2010
La Comunión con los Hermanos: KOINONÍA

La comunión entre Dios y los hombres y entre los hombres que le aman, constituye y expresa la vida de la Trinidad, es el don impartido al hombre en el momento mismo de su creación, en ese soplo de vida en el que Dios lo hizo "a su imagen y semejanza". Por lo tanto, la naturaleza humana reclama vivir en comunión con Dios y, en razón de esta comunión con Dios, también está llamada a vivir en comunión con sus hermanos, con quienes ha establecido un vínculo espiritual que se espera sea indestructible.
Jesús nos dio ejemplo de Koinonía, él no se alejó de sus discípulos, todo lo contrario se asoció con ellos a tal punto que antes de la negación le dijeron a Pedro: “hasta tu modo de hablar te delata”, Jesús involucró a sus discípulos en su vida (cf Mc. 1, 1 6-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf Lc 22, 28-30). Jesús vive y predica una comunión íntima entre Él y los que le siguen y los que le seguirán, y nos demanda: “Permanezcan en mí, como yo en ustedes... Yo soy la vid y ustedes los pámpanos” (Jn 15, 4-5). “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).
Es imposible que la comunión con Dios no se extienda a los hombres, no puede el río dejar de tener un origen y un final; tampoco puede haber verdadera comunión con los hombres si ella no está fundada en Dios, única fuente de amor y solidaridad genuina. Entonces, la Koinonía se alimenta del amor de Dios que ha sido “derramado en nuestros corazones” (Ro 5:5) y que retorna al hermano que ama igual, que siente igual gratitud y cuyo espíritu de adorador está siempre dispuesto a fusionarse con su Creador.
Pero hay algo que rompe la comunión con Dios y en consecuencia con los hermanos: El pecado. Toda acción o actitud que nos separa de Dios, también nos separa del hermano, ¿cómo mirar con misericordia y comprensión si nos apartamos del Dios de la misericordia y del perdón? ¿cómo entender al que cae si nos apartamos del Dios que entiende al débil y le dice como Jesús a Pedro: “El diablo te ha pedido para zarandearte como a trigo, pero (no te preocupes) yo he orado por ti, para que tu fe (tan necesaria) no falte”, no, no es posible, si dejamos de tener comunión con Dios, perdemos automáticamente la comunión con el hermano. Recordemos que Cristo vino a la tierra para reconciliarnos con Dios, para restaurar nuestra comunión con el Padre y unirnos a Él por su Espíritu Santo. La misión de Cristo fue esencialmente el restablecimiento de la comunión de Dios con los hombres, de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
La Iglesia recibe de Cristo la vida, es tan clara la enseñanza que se la compara con el cuerpo de Cristo, siendo Él la cabeza. Un cuerpo tiene partes, órganos, células, cada una de las partes es importante, tiene vida, si se daña un dedo todo el cuerpo siente el dolor, si una pena afecta el alma, el cuerpo siente la misma tristeza, hay inapetencia, hay insomnio, hay Koinonía.
La Iglesia es la comunidad que disfruta de la gracia de la comunión con Dios y con sus hermanos y ha sido comisionada para comunicarla a los demás hombres: “hasta que el evangelio sea predicado en lo último de la tierra”, porque el anhelo de Dios es llenar su corazón de toda la raza humana. Una vez un maestro de la Biblia (gran maestro) me hizo una pregunta: ¿Qué crees que hay en el corazón de Dios?” ensayé algunas respuestas: “amor”, me respondió: “no”, “mucha compasión y misericordia” me respondió que no, finalmente dijo algo que no he olvidado: “En el corazón de Dios hay gente, mucha gente”.
Por lo meditado, la Iglesia local es el lugar donde debemos vivir en Koinonía, debemos prepararnos para comunicarla a los demás, debemos mostrar que amamos al hermano por quien Cristo murió y que ha entendido el evangelio básico y enseñarle con nuestro ejemplo que la madurez es posible, que es posible que Cristo se muestre a ellos a través de la vida de quienes le buscan. Este imperativo de anunciar, comunicar y construir la comunión para que todos puedan vivirla, es la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús presentó la comunión entre sus discípulos como un signo que conducirá los hombres a la fe: “Que sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17,21). "Para que el mundo crea" … qué reto más grande, si ven unidad entre los creyentes, el mundo creerá, y … ¿si ven lo contrario?, somos responsables no solo de nuestra vida, somos responsables de no ser piedra de tropiezo para nadie.
Los primeros discípulos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la partición del pan y a las oraciones” (He 2,42). La característica fundamental de la vida interna de la Iglesia, desde sus comienzos, fue el amor fraterno, el amor ágape, nacido del corazón de Dios y derramado en sus corazones (cfr. He 4, 31-37). Empecemos a tomar con responsabilidad la tarea a la que hemos sido llamados, seamos instrumentos de Dios para llevar la paz, mostremos a un mundo sediento de amor y de comprensión que en Cristo es posible encontrar un lugar de verdadera Koinonía. El mundo busca y cuida lo suyo, está lleno de egoísmo, no sea así en quienes han recibido la Gracia del Espíritu Santo.
Que la paz reine en tu vida.
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