sábado, 20 de febrero de 2010

La Comunión con los Hermanos: KOINONÍA

La palabra comunión deriva del griego koinonía y etimológicamente significa “compartir el ser”, nada más ni nada menos que “el ser”, la esencia de uno, lo más real y sincero de uno, compartir el tiempo, las emociones, las vivencias, experiencias, sentir que uno se fusiona espiritualmente a otro ser con el cual tiene afinidad espiritual y esa afinidad se basa en una única esperanza y certeza: Esperan a alguien o algo con la misma vehemencia, con el mismo deseo. Koinonía no es aplicable a las relaciones superficiales que por lo general, establecen las personas en sus centros de labor o en sus círculos sociales, en los que la rutina gana terreno y sofoca las intenciones más profundas del espíritu. Koinonía requiere de un ambiente y de personas especiales que compartan en principio la comunión con Dios mismo, sí, con Dios, modelo perfecto de Koinonía: Dios es uno y trino.

La comunión entre Dios y los hombres y entre los hombres que le aman, constituye y expresa la vida de la Trinidad, es el don impartido al hombre en el momento mismo de su creación, en ese soplo de vida en el que Dios lo hizo "a su imagen y semejanza". Por lo tanto, la naturaleza humana reclama vivir en comunión con Dios y, en razón de esta comunión con Dios, también está llamada a vivir en comunión con sus hermanos, con quienes ha establecido un vínculo espiritual que se espera sea indestructible.

Jesús nos dio ejemplo de Koinonía, él no se alejó de sus discípulos, todo lo contrario se asoció con ellos a tal punto que antes de la negación le dijeron a Pedro: “hasta tu modo de hablar te delata”, Jesús involucró a sus discípulos en su vida (cf Mc. 1, 1 6-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf Lc 22, 28-30). Jesús vive y predica una comunión íntima entre Él y los que le siguen y los que le seguirán, y nos demanda: “Permanezcan en mí, como yo en ustedes... Yo soy la vid y ustedes los pámpanos” (Jn 15, 4-5). “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).

Es imposible que la comunión con Dios no se extienda a los hombres, no puede el río dejar de tener un origen y un final; tampoco puede haber verdadera comunión con los hombres si ella no está fundada en Dios, única fuente de amor y solidaridad genuina. Entonces, la Koinonía se alimenta del amor de Dios que ha sido “derramado en nuestros corazones” (Ro 5:5) y que retorna al hermano que ama igual, que siente igual gratitud y cuyo espíritu de adorador está siempre dispuesto a fusionarse con su Creador.

Pero hay algo que rompe la comunión con Dios y en consecuencia con los hermanos: El pecado. Toda acción o actitud que nos separa de Dios, también nos separa del hermano, ¿cómo mirar con misericordia y comprensión si nos apartamos del Dios de la misericordia y del perdón? ¿cómo entender al que cae si nos apartamos del Dios que entiende al débil y le dice como Jesús a Pedro: “El diablo te ha pedido para zarandearte como a trigo, pero (no te preocupes) yo he orado por ti, para que tu fe (tan necesaria) no falte”, no, no es posible, si dejamos de tener comunión con Dios, perdemos automáticamente la comunión con el hermano. Recordemos que Cristo vino a la tierra para reconciliarnos con Dios, para restaurar nuestra comunión con el Padre y unirnos a Él por su Espíritu Santo. La misión de Cristo fue esencialmente el restablecimiento de la comunión de Dios con los hombres, de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.

La Iglesia recibe de Cristo la vida, es tan clara la enseñanza que se la compara con el cuerpo de Cristo, siendo Él la cabeza. Un cuerpo tiene partes, órganos, células, cada una de las partes es importante, tiene vida, si se daña un dedo todo el cuerpo siente el dolor, si una pena afecta el alma, el cuerpo siente la misma tristeza, hay inapetencia, hay insomnio, hay Koinonía.

La Iglesia es la comunidad que disfruta de la gracia de la comunión con Dios y con sus hermanos y ha sido comisionada para comunicarla a los demás hombres: “hasta que el evangelio sea predicado en lo último de la tierra”, porque el anhelo de Dios es llenar su corazón de toda la raza humana. Una vez un maestro de la Biblia (gran maestro) me hizo una pregunta: ¿Qué crees que hay en el corazón de Dios?” ensayé algunas respuestas: “amor”, me respondió: “no”, “mucha compasión y misericordia” me respondió que no, finalmente dijo algo que no he olvidado: “En el corazón de Dios hay gente, mucha gente”.
Por lo meditado, la Iglesia local es el lugar donde debemos vivir en Koinonía, debemos prepararnos para comunicarla a los demás, debemos mostrar que amamos al hermano por quien Cristo murió y que ha entendido el evangelio básico y enseñarle con nuestro ejemplo que la madurez es posible, que es posible que Cristo se muestre a ellos a través de la vida de quienes le buscan. Este imperativo de anunciar, comunicar y construir la comunión para que todos puedan vivirla, es la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús presentó la comunión entre sus discípulos como un signo que conducirá los hombres a la fe: “Que sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17,21). "Para que el mundo crea" … qué reto más grande, si ven unidad entre los creyentes, el mundo creerá, y … ¿si ven lo contrario?, somos responsables no solo de nuestra vida, somos responsables de no ser piedra de tropiezo para nadie.

Los primeros discípulos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la partición del pan y a las oraciones” (He 2,42). La característica fundamental de la vida interna de la Iglesia, desde sus comienzos, fue el amor fraterno, el amor ágape, nacido del corazón de Dios y derramado en sus corazones (cfr. He 4, 31-37). Empecemos a tomar con responsabilidad la tarea a la que hemos sido llamados, seamos instrumentos de Dios para llevar la paz, mostremos a un mundo sediento de amor y de comprensión que en Cristo es posible encontrar un lugar de verdadera Koinonía. El mundo busca y cuida lo suyo, está lleno de egoísmo, no sea así en quienes han recibido la Gracia del Espíritu Santo.
Que la paz reine en tu vida.